Brasil ha sido siempre una rara avis en su continente, un país muy importante y poderoso, pero atípico dentro de Sudamérica, donde la práctica totalidad de sus naciones tenían al español como idioma principal, mientras que en el país carioca se había mantenido el portugués de los primeros descubridores. Esta simple diferencia ha marcado también la forma de vida y la propia cultura del país, que muchas veces queda fuera de esa extraña acepción que tantos le dan a Latinoamérica. ¿Son los brasileños también latinos? Por supuesto, pero no de la misma forma que paraguayos, argentinos o colombianos. Existen otros países menores en esa misma zona que tampoco comparten el español, como Surinam o Trinidad y Tobago, pero ni mucho menos llegan a la importancia con la que cuenta Brasil no solo en la región, sino en todo el mundo.
Siempre ha sido un país distinto, envuelto en la alegría y el colorido de sus fiestas y su pasión por la vida alegre, pero también en la violencia, en la inseguridad y en la gran brecha social y económica que podemos encontrar en muchas de sus grandes ciudades. Esa realidad, casi siempre en conflicto, ha servido para que los escritores y poetas brasileños puedan desarrollar un estilo que, aun pareciéndose al de sus vecinos, tiene puntos muy diferentes que logran diferenciar la literatura brasileña de cualquier otra. Surgida como casi todas las de aquel continente en el último siglo y medio, Brasil ha logrado colocar a muchos de sus escritores entre los más importantes del pasado siglo XX y el nuevo siglo XXI, siempre aportando una visión diferente y especial de la realidad a través de sus relatos, novelas que normalmente suelen tirar hacia el realismo.